La historia del UNK en Protvino: del sueño científico al abandono

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A unos 130 kilómetros de la capital se extiende una instalación de la escala de una línea circular de metro. Es el complejo subterráneo UNK: un anillo de 21 kilómetros de longitud y un diámetro de unos cinco metros. Nacido como un salto al futuro de la ciencia soviética, acabó convertido en una de las empresas abandonadas más enigmáticas del país; su historia suena tanto a audacia como a ocasión perdida.

Una ciudad que surgió sobre un antiguo lecho marino

El lugar elegido se ubica en la frontera entre las regiones de Moscú y Kaluga. En la década de 1960 se levantó aquí la ciudad científica de Protvino. El terreno descansa sobre sedimentos de un mar desaparecido hace mucho tiempo, suelos estables frente a vibraciones que lo hacían idóneo para grandes estructuras con necesidad de protección ante riesgos sísmicos.

Protvino se concibió como un núcleo de investigación con un tejido urbano cómodo. Las viviendas se levantaron con diseños individuales y manzanas enteras conservaron el bosque original. La ciudad contaba con escuelas, comercios y una Casa de los Científicos que recibía a artistas invitados. Para los físicos, las condiciones eran, para los estándares de la época, francamente privilegiadas.

Cómo nació el primer acelerador

Las obras comenzaron en 1961, con un financiamiento sin precedentes y bajo la dirección de especialistas militares con experiencia en instalaciones de este tipo. Así nació el acelerador U‑70, hoy el más potente de Rusia. La instalación es un gran anillo de aproximadamente kilómetro y medio, alojado en el interior de un imán colosal de 20.000 toneladas. Aquí, las partículas se aceleran hasta velocidades cercanas a la de la luz para estudiar colisiones; también se ensayan los efectos de la radiación en la electrónica y se desarrollan técnicas de irradiación de tumores de alta precisión.

Por qué hacía falta un colisionador

La lógica del acelerador suele compararse con desmontar un juguete: para entender cómo está hecho algo, a veces hay que romperlo. En física, las partículas chocan a energías enormes y sus ‘fragmentos’ revelan procesos en el corazón de la materia. Pero investigar a ese nivel exige tecnología descomunal y presupuestos a la misma altura. De ahí que el siguiente paso, el complejo acelerador-almacenamiento UNK, se convirtiera en la mayor obra de la etapa tardía soviética.

El último anillo de la Unión

En 1983 comenzó la excavación de un nuevo túnel subterráneo. El plan preveía dos anillos: el ya existente U‑70 y un gigantesco UNK de 20 kilómetros. El avance fue lento hasta que, en 1987, se decidió acelerar el calendario. Un año después, la Unión Soviética adquirió modernas tuneladoras y la excavación se disparó. Para 1989, la mayor parte de los túneles estaba abierta.

Después, a comienzos de los años noventa, el proyecto se topó con la crisis financiera. Se intentó conservar el emplazamiento, pero incluso esa opción resultó demasiado costosa. Sin el mantenimiento adecuado, los propios túneles podían convertirse en un riesgo para la región.

Se cerró el anillo, demasiado tarde

Para 1994, las cuadrillas habían unido los tramos finales, culminando de facto el túnel de 21 kilómetros. Pero ya no alcanzaba ni para los salarios. Lo que terminó de sellar su destino fue la decisión de Rusia de participar en la construcción del Gran Colisionador de Hadrones en Europa. A partir de entonces, el futuro del UNK quedó en el aire y rematarlo se consideró económicamente inviable.

Qué queda hoy

Parte de la infraestructura del UNK yace abandonada y otra parte permanece vigilada. Cada año se destinan fondos para achicar el agua y mantener la seguridad del lugar. No faltan ideas: desde reavivarlo como centro de investigación hasta convertirlo en ruta turística, pero todas tropiezan con el mismo obstáculo: el costo. Queda, además, la sensación de una ambición interrumpida.

Aun así, el U‑70 sigue en funcionamiento. Continúa siendo una instalación de investigación de peso, donde aún se realizan experimentos de calibre mundial.