Yonaguni bajo el mar y los puentes de lianas de Iya: Japón fuera de ruta
Explora Japón fuera de ruta: las formaciones submarinas de Yonaguni y los puentes de lianas de Iya. Debate científico, tradición y misterio que fascina.
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El sumo, el sushi y los cerezos en flor no agotan los símbolos de Japón.
Más allá de las postales brillantes con estampas archiconocidas, existen lugares que rara vez entran en los folletos. Uno yace bajo las olas frente a la diminuta isla de Yonaguni; otro se balancea sobre una garganta montañosa en el corazón de Shikoku. Cada uno desconcierta a los investigadores a su manera y deja preguntas sin respuesta cerrada.
¿Qué hallaron bajo el agua frente a Yonaguni?
Yonaguni, una pequeña isla en el extremo occidental de Japón, está más cerca de Taiwán que de Tokio, pero su fama llegó por lo que descansa en el fondo marino.
En 1986, un instructor de buceo advirtió grandes repisas, plataformas y ángulos rectos nítidos bajo el agua. Algunas zonas parecían talladas por manos humanas, lo que desató un debate que no se ha apagado.
Unos sostienen que podría tratarse de restos de una antigua estructura —incluso de una ciudad— de miles de años. Aseguran distinguir escalinatas, pasadizos y columnas entre los bloques.
La mayoría de los especialistas, sin embargo, se inclina por un origen natural. En esta zona, formaciones así pueden surgir por sí solas, fruto del tipo de roca y de la actividad tectónica.
No ha habido excavaciones oficiales y las autoridades japonesas no han declarado el lugar como monumento histórico. Aun así, Yonaguni sigue atrayendo buceadores de todo el mundo que quieren contemplar el enigma con sus propios ojos. Cuesta negar que la incertidumbre multiplica su magnetismo.
En las montañas, puentes tejidos con lianas vivas
En el centro de Shikoku, encajado en las laderas del valle de Iya, pervive otra tradición insólita: puentes colgantes trenzados con lianas silvestres.
El más famoso, Iya Kazurabashi, se extiende unos 45 metros y cuelga a unos 14 metros sobre un río impetuoso; pesa cerca de cinco toneladas. En otro tiempo, estos pasos ofrecían a los lugareños una vía de escape: si era necesario, bastaba con cortar las lianas.
Hoy el puente se renueva cada tres años, manteniendo las técnicas de generaciones anteriores. Los viajeros aún lo cruzan a pequeños pasos, aferrándose al entramado y vigilando las tablas mientras el río ruge debajo y el puente se mece con cada pisada. La sensación es a la vez precaria y calculada: parte desafío, parte ritual.
Pese a su fama, Kazurabashi sigue anclado a las tradiciones locales, y otros puentes cercanos, menos publicitados, no resultan menos llamativos.
Diferentes, pero con mucho en común
Las formaciones de Yonaguni y los puentes de lianas de Iya pueden parecer realidades sin relación, pero comparten algo: están lejos de las rutas de siempre. No suelen figurar en los paquetes más corrientes, y esa misma distancia los hace destacar.
Ambos conservan un aire de misterio: no está claro quién pudo modelar las formas pétreas bajo el mar, y sigue siendo una incógnita por qué, en plena era moderna, se continúan tejiendo puentes a mano con lianas. Tal vez la atracción nazca de esa tensión entre lo que la naturaleza crea y lo que la gente decide preservar.
Lo inexplicable atrae
El sitio de Yonaguni sigue alimentando el debate entre especialistas, lo que mantiene viva la intriga. Los puentes de lianas, por su parte, muestran que una práctica antigua puede perdurar en el siglo XXI sin materiales modernos. Quizá esa persistencia sea precisamente lo que hace que estos lugares resulten imposibles de olvidar.