El refugio subterráneo de Múrmansk: del mito a la evidencia
Una leyenda urbana conduce al hallazgo de un vasto refugio subterráneo en Múrmansk: pozos, filtros y válvulas de sobrepresión de 1947 a 27 m de profundidad.
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Una leyenda que resultó no ser tan imposible.
A comienzos de los 2000, una nota en la prensa sensacionalista local hablaba de una supuesta instalación subterránea de enormes proporciones. El autor la bautizó Ciudad de Cuento y aseguraba que se escondía bajo el tejido urbano. Sonaba a relato para asustar incautos. Cada ciudad tiene sus mitos. Pero pasaron los años y aquel rumor que provocaba sonrisas terminó desembocando en hallazgos muy concretos.
Cuando las leyendas empiezan a encajar
Para 2011, un puñado de historias urbanas dispersas comenzó a encajar. Distintas fuentes señalaban el mismo barrio. Tras cribar pistas y valorar qué tipo de obras subterráneas podían haberse construido allí en el siglo XX, los investigadores acotaron la búsqueda a varios puntos.
En uno de ellos apareció un pasaje inclinado que caía casi veinte metros. El descenso terminaba en agua. A partir de ahí se encadenaría una larga serie de hallazgos.
Como se sabría después, al inicio mismo de la guerra las jefaturas locales de defensa antiaérea en las grandes ciudades ordenaron con urgencia construir refugios para la población y puestos de mando protegidos para mantener la infraestructura urbana en funcionamiento. Uno de esos sitios empezó a levantarse en el Ártico, en la ciudad de Múrmansk.
Nuevas entradas y primeras conclusiones
En los años siguientes, la misma zona fue revelando más bajadas, pozos de ventilación y salidas de emergencia. La distancia entre los puntos más alejados rondaba el medio kilómetro. El nivel del agua cambiaba de un año a otro. En las heladas más severas avanzaban a través de agua helada; en verano recurrían a una colchoneta inflable. En una ocasión dieron marcha atrás cuando una burbuja de metano ascendió desde el subsuelo.
En total se identificaron ocho entradas principales y alrededor de una docena de pozos. No lograron explorarlo todo, pero bastó para hacerse una idea de la escala. La sensación que deja el conjunto es de una infraestructura extensa.
Lo que hay bajo la roca
Los espacios subterráneos se encuentran a una profundidad media de unos 25 metros, y en algunos puntos a 27. Los detalles constructivos que han sobrevivido indican que la instalación se puso en servicio en 1947. La ejecución fue por hundimiento vertical: se abatían pozos y desde ellos se abrían corredores horizontales. Sobre cada pozo se levantó un bloque de hormigón armado con sistemas de ventilación y salas auxiliares.
Los techos se reforzaron con vigas en doble T, y entre ellas se colocaron planchas de acero. El espesor de la losa alcanzaba los cuatro metros. Encima se dispusieron colchones protectores y una capa de tierra: un esquema típico de los refugios pensados para resistir onda expansiva y metralla.
Punto de partida: un cobertizo discreto en un patio
El primer emplazamiento que convirtió la búsqueda en una investigación en forma fue una pequeña estructura encajada en el patio de un bloque residencial. Parecía una caseta de transformador cualquiera, pero escondía una bajada inclinada. Dentro había un pequeño ciclón de ventilación. La escalera descendía y, a mitad de camino, una puertecita daba acceso al siguiente tramo.
El descenso conducía a una galería de acceso, un corredor por el que alguna vez entró el aire. Al final de la galería se abría un pozo de ventilación con cuatro válvulas de sobrepresión de los años cuarenta. Bajo una onda explosiva, se cerrarían de forma automática.
Una salida de emergencia camuflada
El pozo también servía como salida de emergencia. Lo cubrían losas de hormigón y la parte superior se mimetizaba con el suelo del patio. Cerca estaba la entrada al bloque de ventilación sobre el pozo. La puerta hermética original de los años cuarenta solo se conservó a medias: después se sustituyó por un modelo más reciente y en los noventa la retiraron por completo.
Filtración y sobrepresión
Tras el umbral había un pequeño vestíbulo estanco con dos pasillos. Para entonces la mayoría de puertas ya habían sido retiradas, quedaban solo los marcos. El pasillo de la izquierda conducía a cuatro filtros de polvo PFP-1000. El equipo principal de ventilación estaba más abajo, en los bloques inferiores.
Más allá de los filtros, un conducto llevaba el aire hacia abajo por el pozo. Al lado había una sala con anclajes para botellas de aire comprimido —solía haber unas quince—. Mantenían la sobrepresión en el interior.
Huellas de los sistemas y signos del pasado
En otro punto del bloque quedaba encastrada en el muro una pequeña válvula de sobrepresión. Más adelante aparecía otro vestíbulo estanco. Sobre una abertura sobrevivía la silueta desvaída de una hoz y un martillo. Al fondo, una sala había alojado una docena de botellas receptoras de aire. En algunos tramos la cal antigua se descama: el hormigón parece desprenderse en láminas.
Descenso al pozo más profundo
El pasadizo principal conduce a un pozo que cae 27 metros. De un techo reforzado con vigas colgaba un pequeño depósito de agua. Doce tramos de escaleras descendían. En uno de los niveles se encontraba la entrada a la sala de bombas del tercer nivel. Aquí se conservaba una puerta hermética de los años cuarenta —la única superviviente de las tres originales—. Tras ella discurría una galería que llevaba a otra puerta hermética preservada y a un vaso de expansión.
El límite de lo explorado
Más abajo, unos tramos después, asomaba la hornacina de la sala de bombas del segundo nivel: el equipo fue retirado hace mucho. A mayor profundidad, las escaleras se encuentran con el agua. Con los años el nivel ha subido y bajado decenas de veces. A veces era posible bajar nueve tramos; en otras, diez u once.
En una ocasión, las condiciones permitieron acceder a los corredores inferiores, pero esa ya es otra historia.